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Patricia considera que le corresponden la mitad de tus derechos editoriales. Le pertenece tu talento y tu alma |
No negamos el dolor de que tu marido, Mario Vargas Llosa, tras cincuenta años de matrimonio, se vaya con otra. El shock. Debe ser de volverse loca. Aunque desde luego lo es menos si te quedas con la mitad de la fortuna gracias a tu bien acertada y muy noble capacidad para el marimangoneo de lo cotidiano. Virtud equiparada judicialmente, esto es, económicamente, con el talento de crear vida con un boli y papel blanco en blanco. Ser Premio Nobel. Están así las cosas. Vale. Ok. Vale.
Pero lo que no nos cuela son las astragantes estrategias pseudofeministas de contraataque moral hacia el escritor. "Ella (mi madre, Patricia Llosa, según su hijo Gonzalo) abandonó sus aspiraciones profesionales para poder dedicarse enteramente a mi padre...". Vale. Si. Claro. ¿Una chica de 16 años tiene aspiraciones "profesionales" cuando decide irse con un señor casado, no fontanero, sí escritor importantísimo, crucial, consagrado?.
Cómo nos hubiese gustado a muchas haber sabido jugar la carta de la adolescencia, en vez de enclaustarnos, no por desconocimiento ni tontería, sino por férrea aprensión, en entornos, situaciones y objetivos minimalistas y diáfanos. Y ahora, ahora sí, con las tetas en el suelo, pensamos pues no es mal negocio. Ojalá nos hubiese tocado esa lotería. Una fórmula más de supervivencia. Por no decir "la" fórmula. No nos escandalizamos. Nada.
Pero sí nos erizamos cuando la agraciada quiere cambiar de arquetipo por la patilla cuando la jugada le ha salido mal. Relativamente mal. Es que no se puede comer todo el pastel. Y si se quiere, porqué no, aquí pocas nos hemos visto en la tesitura, por lo menos disimularlo. Más que nada por no forzar empatías ajenas. La pasta, tu pasta, la que te da tu rol, Patricia, depende de eso, de la empatía ajena.
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